Descubrir, volar y contener el aliento. Tu corazón deteniéndose por varios segundos y un par de lágrimas corriendo por tu rostro hasta mojar tu barbilla, sin que puedas detenerlas. Todo pasa tan rápido que te das cuenta por tu cara enrojecida en el reflejo del espejo. Ese nudo en la garganta es realmente incómodo y es desesperante querer hablar sin poder pronunciar palabra alguna.
Si no hubiera COVID, habría corrido a abrazar a Verito– torpemente seguro, porque debía bajar de la tarima sin contar el peso y largo del vestido- le habría dado un beso en la mejilla y hubiera saltado de felicidad.
Tenía el vestido de novia de mis sueños puesto. Lo admiraba, lo amaba y me moría de ganas por tocarlo con mis propias manos – llevaba guantes puestos para que no se maltrate. Vestía unos zapatos previamente desinfectados que me prestaron en el atelier y juro por Dios que nunca me había sentido tan hermosa en mi vida.

¿Saben cómo llegamos a esto?: ¡Retomemos!
El 26 de setiembre, luego de mi charla con Vero en Luna Blanco Atelier, había una selección nupcial muy hermosa colgada en un perchero y esperando ser juzgada por mí. Cada vestido era más increíble que el otro y yo solo trataba de concentrarme en tomar la mejor decisión.
Me probé el primero: un Manu García exquisito de corte sirena con los tirantes llenos de la más exclusiva pedrería y una espalda de encaje con caída, que me dejó totalmente anonadada. Cuando me vi en ese vestido dije ¡Oh por Dios! Creo que ni Hécate habría podido sucumbir ante tanta belleza. Estuve en el traje alrededor de 15 minutos pensando si realmente quería ver más, porque era un sueño cubriendo mi cuerpo.
Por recomendación de Verito, elegí otros dos y me los probé. Los tres eran completamente diferentes entre sí, pero despedían una hermosura que me sumía en la más plena confusión. Ya me habían dicho que cuando tienes el vestido ideal sientes “el feeling”, pero con tremendos lujos solo pensaba… ¿se puede sentir con varios?
Vero no quiso dar su opinión porque no quería influir en mi decisión, y como por la pandemia fui sin acompañante, la tarea se me puso mucho más difícil. ¡Volví a probarme el primero!
Al acomodármelo nuevamente y sentir su suave roce con mi piel, me imaginaba qué peinado usaría, con qué joyas acompañarlo y qué zapatos elegir que no compitan con él; pero, como soy la reina de la indecisión, le pedí a Verito regresar otro día para continuar mi búsqueda.

Afortunadamente, mi amiga churra me tomó fotos con los tres vestidos y estuve revisando detalle por detalle a escondidas de Javi, cuando de pronto, como si fuera un ser celestial bajando a darme una noticia, vi en la foto un pequeño cuadro de un Manu García super elegante que me dejó más que boquiabierta. Llamé a Vero de inmediato para pedirle probarme ESE, el día jueves – mi siguiente cita en el atelier – pero me comentó que esa belleza estaba en España.

En ese momento, mi corazón se hizo pedazos. Sentí que el mundo se me venía encima. Me había declarado enamorada del vestido que me probé, pero fue amor a primera vista lo que sentí con ese retrato. Pasaron alrededor de 10 millones de pensamientos en mi cabeza y todo fue en un segundo, porque durante mi silencio, Verónica ya había solucionado todo: esa misma tarde, sacaron un pasaje de avión en primera clase para el vestido y vino con un champagne para celebrar. Nada estaba dicho, y yo no sabía si sería el que elegiría para mi boda, pero el expertise durante todos los años que Vero ha encabezado al sector nupcial, debe haberle dado la respuesta. Ese era mi vestido, y viajaba durante casi 17 horas para celebrar.

La noche de miércoles para jueves no pude dormir. A las 6am estaba bañada y cambiada, lista para salir al atelier. Mi cita era a las 5 de la tarde. ¡Wow, sería un día muy largo! Cuando llegó la hora y Vero me recibió, luego de seguir todos los protocolos de desinfección por el coronavirus, me acerqué a ver ese Manu García que me enamoró. Sentí que se me iba a desencajar la mandíbula, me mordí los labios sin querer y me clavé las uñas en las manos para no llorar.
Me puse la bata antes de probarme el vestido y en ese momento pensé en mi mamá. Ya casi eran 6 años desde que partió y estaba segura cuánto habría disfrutado el proceso de planificación del matri con ella. Se me pasó su hermoso rostro por mi mente sonriendo y con los ojos llenos de lágrimas. Antes de probarme el vestido, ya sabía la respuesta. Mi tan ansiado “I say yes to the dress” estaba a segundos de sonar.

Ese vestido no era para nada como lo tenía en mente cuando llegué al atelier con mi “vestido de ensueño”. No tenía mangas tatuadas, no era corte sirena y mucho menos color champagne. Estuve encasillando tanto lo que “quería” que me había negado la posibilidad de tener lo que realmente anhelaba conmigo, y si Vero no me hubiera ayudado a abrir la mente, otro diseñador hubiera cometido el error de darme eso que tanto pedía y que nunca me haría feliz.
En ese momento, tenía un traje blanco de corte recto, con una abertura en la falda impresionante, sexy más no vulgar, un escote en la espalda con unos botones que parecían forrados por la mismísima Afrodita, y unos tirantes en capa que arrastraban en el piso, haciéndome sentir una diosa griega.

Ni en mi mejor y más elaborado sueño habría pensado vestir algo así. Agradecí con plenitud la mente brillante de Manu García, y el exquisito gusto de Verónica, pero, sobre todo, la engorrosa gestión para traer a ese bebé a mi lado. En ese momento – cuando me volvió la voz por supuesto – le dije “Sí” al vestido.

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