Javi me pidió matrimonio el 25 de abril de 2020, pero mucho antes de eso ya habíamos planificado cómo queríamos que sea nuestra boda. En un inicio, pensamos casarnos el 22 de octubre de 2019 (lo decidimos dos semanas antes), y obviamente, el estrés que embarga toda la planificación del día que será el más importante en la vida de una pareja, me pasó factura: ¡me dio urticaria crónica! Literal, estuve con un pie en la otra, porque entré en código naranja a emergencia, haciendo paro cardiorespiratorio.
La recuperación me tomó un par de meses, donde tuve que estar en cama y con una dieta estricta. En su momento, de hecho, me bajonée porque ya moría por estar casada con el amor de mi vida, pero luego entendí que las cosas siempre pasan por algo mejor.
Cambiamos la fecha al 27 de junio de 2020, sin imaginarnos que vendría una pandemia mundial, ¡qué locura! Esos “15 días de cuarentena” que empezaron en marzo, se incrementaron a más de cien y teníamos la fecha encima.
Javi, en ese tiempo, estaba tan o más ansioso que yo en casarnos, y me propuso hacerlo por zoom. Lo analizamos super al detalle, y aterrizamos bien la idea porque en una boda no solo disfruta la pareja, sino también los invitados. Sería la ilusión de todos empañada por no esperar un poquito más; así que, pospusimos de nuevo.

Finalmente, pusimos fecha para el 21 de noviembre y nos juramos que así venga un apocalipsis zombie o se caiga el mundo a pedazos, ese día sí o sí nos casaríamos, aunque sea en casa.
Esperar valió la pena, ¡superó totalmente mis expectativas! El único detalle es que los dos meses previos a la boda – si es que no fue más – activé sin querer a la Bridezilla que llevo dentro y era un sinfín de emociones en el mismo segundo. Podía ser la Vanessa más feliz del planeta, pero en un microcambio –que nunca entendí qué lo detonaba – estaba hecha un mar de lágrimas o muy alterada. ¡Soy demasiado perfeccionista y eso jugó en mi contra!

De hecho, tuve dos ángeles con el título de Wedding planners que ayudaron a solucionar mi vida, pero aún así, coordinaba todo milimétricamente. Me olvidé de dormir: las madrugadas pasaron a otro plano y me dedicaba a buscar inspo para compartirla con los mejores proveedores del mercado. Javier en varias ocasiones se despertó para quitarme el cel, hasta que comenzó a “decomisármelo” para que pueda descansar de corrido.
A ello, sumémosle que estaba a dieta y tuve un desequilibrio hormonal por meses. Ahora entiendo a mi adorado esposo y sus infinitos intentos de animarme con postres que veía delis pero no podía comer por mi nuevo estilo de vida. ¡Me frustraba más!

Me desmayé dos veces por estrés y para colmo de males, la semana del matri me perforé el tímpano. ¡Son demasiadas anécdotas que me quedan de experiencia y hoy me sacan una sonrisa! Pero en su momento, me sentía fatal.
No se preocupen, que aún queda el religioso y estoy segura que hay muchas cosas por venir. ¡Que corran las apuestas!: ¿Qué más me pasará?
Por: Vanessa Barreda Montoya